Presentar escenarios resilientes para lograr jugadores y jugadoras resilientes es un deseo que todas y todos tenemos cuando nos ponemos al frente de un proceso de formación en edades tempranas. El concepto resiliencia me despierta curiosidad y buenas sensaciones desde hace algunos años. Empecé a incorporarlo en mi ámbito laboral de la educación formal y definitivamente es una dimensión –“ser resiliente”– que se instaló en mi discurso. Desde esta mirada macro de la educación me atrevo a pensar una transferencia al mini básquet.
Ahora bien ¿puedo pensar en jugadores resilientes en edades de iniciación? ¿cuáles serían sus características más observables? ¿será un valor posible de entrenar y de mejorar? Por ahora, pienso su alcance desde una aproximación inicial, buscando instalar e instalarme nuevas preguntas y seguir profundizando su aplicación real en la clase práctica concreta.
I Congreso Internacional de Minibásquetbol LG
Empecemos definiendo la cuestión: la resiliencia educativa tiene que ver con el aumentar la probabilidad de éxito educativo, más allá de la vulnerabilidad que viene de las experiencias y condiciones medioambientales (Wang, Haertl y Walberg, 1994).
Buscando referencias teóricas que me respalden y me guíen en el tema, encontré la Rueda de la resiliencia propuesta por Henderson y Milstein (2003).
Para estos autores la resiliencia es “la capacidad de recuperarse, sobreponerse y adaptarse con éxito frente a la adversidad y de desarrollar competencia social, académica y vocacional pese a estar expuesto a un estrés grave o simplemente a las tensiones inherentes al mundo de hoy”.
Vamos a recorrer juntos cada una de las seis variables para pensarlas desde la práctica misma del mini básquet:
– Enriquecer los vínculos: es determinante conseguir esta premisa entre los actores involucrados. Ligar el enseñar y el aprender al placer es un objetivo innegociable, mediar las relaciones contenido-formador-jugador/a desde una interacción afectiva es una meta a conseguir.
– Fijar límites claros y firmes: instalar un marco normativo de posibilidades, cuidados, oportunidades para todos y todas es determinante para lograr un ambiente placentero, seguro, de superación y de disfrute genuino. Para generar contextos de aprendizajes, establecer lo que se puede y lo que no se puede, es clave para construir el pacto social que nos contiene y cuida el colectivo “equipo”.
– Enseñar habilidades para la vida: hay que interpretar al mini básquet como medio, como una excusa motivadora para aprender y superar desafíos en base al esfuerzo que trae más esfuerzo. Formamos personas, después deportistas y por último jugadoras y jugadores.
– Brindar afecto y apoyo: los refuerzos emocionales positivos ayudan a despertar curiosidad, sin miedo a la equivocación, buscando autogestionar el aprendizaje, liderando como formadores con el cuerpo, el lenguaje y las emociones.
– Establecer y transmitir expectativas elevadas (la posibilidad de dar lo mejor de sí, la mejor versión de cada uno): hay que proponerles desafíos a los chicos y chicas, para que busquen su zona de desarrollo próximo con nuestros andamiajes listos para tender puentes. Que vayan y regresen por más saber.
– Brindar oportunidades de participación significativa: la igualdad y la equidad hay que manejarlas en forma artesanal desde nuestro rol de docentes como una prioridad impostergable. Hay que ser parte del juego como protagonista activo y no como un satélite que acompaña.
El formador deja de ser un instructor exclusivo de habilidades técnico-tácticas y se convierte en modelo de identificación personal.
Bonus Track:
Un pedido a las y los reclutadores de talento: repiensen su arraigada, sesgada y exclusiva mirada cuantitativa. Incorporen en sus indicadores de potencial desarrollo a esta maravillosa capacidad de superar obstáculos, de mentalidad de crecimiento, de fortaleza, en definitiva “el valor de la resiliencia”.
por Juan Lofrano